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“La Clínica del Lenguaje con niños/as nos interpela. Otra mirada en juego.”

Lic. Adriana Savio
(Fonoaudióloga)

“El devenir de las Infancias. ¿Cómo las estamos construyendo? En el reino del revés”

El propósito que persigo con éste artículo es intentar visualizar una problemática que viene avanzando a pasos agigantados que, en muchos casos, se está naturalizando; es el de la medicalización y patologización de las infancias y las adolescencias. Planteando una vez más, la reflexión y la defensa colectiva hacia una mirada subjetivante que respete los derechos de miles de niños y niñas a no ser rotulados tempranamente.  Pensemos que el diagnóstico debe ser una buena oportunidad de intervención y no un sello indeleble que pese sobre el sujeto-niño, cual rasgo o marca personal. Por eso la propuesta es la necesidad de intervenciones alternativas con niños que, por presentar dificultades en el lenguaje, en  la escuela o en el ámbito familiar, son rotulados y medicados sin que nadie los haya escuchado, sin hacer referencia a su contexto y a su historia, sin que se haya realizado ningún intento de comprender sus conflictos ni de ayudarlos de otros modos.

Voy a citar una frase de Aristóteles  y los invito a reflexionar sobre esto. Él decía: “No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”

Es habitual escucharnos decir que los niños de hoy lo tienen todo, que los niños de hoy son consentidos, o que los niños de hoy están criados en la abundancia. Pero cómo si les damos todo, trabamos todo el día para que no les falte nada!!! Pienso que es muy por el contrario, los niños de hoy están deprivados. Son despojados emocionalmente y de la presencia de sus padres. Seguramente tienen mucho de lo material: juguetes caros, Smart tv, Tablet, Smartphone, consolas de videos juegos, pantallas de todo tipo, formato, colores e innumerables etc., pero un niño en su primera infancia jamás pediría algo de estas cosas. Los niños pequeños reclaman nuestra presencia y nuestro amor. Estar dispuestos para ellos y no “estar no estando”. Como ya lo ha marcado el pediatra español Carlos González: es la generación de toda la humanidad que menos tiempo comparte con sus padres. Son los primeros que con tan solo meses e incluso días de vida ya van a la escuela, en lugar de hacerlo con años. 

Estamos atravesando por momentos de mucho narcisismo e individualismo. La imagen y lo público parecen estar ganándole al adentro y a lo privado. Llevamos una vida veloz, apurados sin siquiera poder escucharnos ni escucharlos o lo que es peor poder “ver- mirar” a nuestros niños. Se han desdibujado los límites, se invierten los roles, criamos niños adultizados y nos hemos convertido, en algunos casos, en adultos adolescentes pares de nuestros niños. Y así es difícil poder cumplir el rol de padres. Hasta sufrimos de baja tolerancia a la frustración! Queremos todo y lo queremos ya. Todo tiene que ser express, fast y divertido!

Los niños necesitan pasar tiempo con sus padres, no es calidad solamente, es cantidad. Poder jugar, leerles un cuento, dibujar, pasear, contar con un adulto dispuesto, con paciencia, sin prisa que los tome de la mano y los acompañe en su caminar por la infancia. 

Antes contábamos con los abuelos que nos asistían a padres en la crianza, hoy ya no. Los abuelos también trabajan, son vitales, se jubilan tardíamente, son socialmente activos y tampoco escapan a esta vorágine de vida vertiginosa. El rol de los abuelos es fundamental, son quienes transmiten la historia familiar. Otros, suplen la función paterna sin alternativa alguna, con lo cual no deja de ser disfuncional.

La sociedad se ha vuelto intolerante con las infancias. Ni siquiera respetamos sus procesos, sus tiempos, sus etapas de niños. Los adultizamos permanentemente, los exigimos y hasta me atrevo a decir que en muchas oportunidades les arrebatamos la infancia. Todo se ha vuelto “fast - express”; la niñez y la adolescencia no escapan a eso. Los escolarizamos tempranamente, los vestimos como adultos, los apuramos, les damos “juguetes” (que no lo son) de adultos: Smartphone, computadoras, tabletas a veces con solo meses de vida. Hasta se enferman como adultos. Sufren de stress, cansancio crónico, presión arterial elevada, colesterolemia y seguramente muchos padecimientos más. Y cómo no van a estar estresados si los sometemos a efectuar innumerables actividades escolares y extraescolares para que no estén unos segundos ni quietos ni aburridos. Como si aburrirse fuese peligroso. Sin embargo considero que el aburrimiento es valiosísimo, es la puerta de entrada para la creatividad, para autosatisfacerse buscando cómo y con qué divertirse. Pero claro, después les pedimos que en clase permanezcan sentaditos y quietos a niños que no pueden parar de moverse porque ni siquiera es factible que registren un límite o a un Otro. Los adultos sufrimos de INCOHERENCIA entre lo que pensamos, decimos y hacemos.

Los niños de hoy son nativos digitales, nacieron en la cultura de la imagen, rodeados de todo tipo de pantallas y es lamentable como tienen acceso irrestricto a ellas. Consumen permanentemente tecnología y esto no es sin consecuencias. 

Cada hora que el niño pasa frente a una pantalla es tiempo que se pierde de juego gozoso, creativo y rico. El juego dramatizado ha perdido su valorización.

El excesivo uso de pantallas, ya sean las conocidas tabletas, teléfonos celulares o televisores: 

• limitan la capacidad del niño de relacionarse interpersonalmente, • altera su ciclo de descanso por el exceso de estímulos visuales,
• desarrolla emociones adictivas,
• las horas de sedentarismo elevan el riesgo de padecer obesidad,
• se exponen a altas radiaciones,
• mayor riesgo de que padezcan depresión o ansiedad infantil, 
• circunscribe su la potencialidad de imaginación y creatividad, 
• dificulta la simbolización y afectan su pensamiento
• incide desfavorablemente en el desarrollo de la motricidad fina, específicamente en la pinza manual superior que conlleva a dificultar la prensión del lápiz y la grafía. 

Los niños no saben cómo pedir aquello que no saben que necesitan, sus pedidos vienen en forma de comportamientos. (Bonnis Harris)

Algunas dificultades en la adquisición del lenguaje (por ejemplo que hable tardíamente o el lenguaje neutro propio de los dibujitos animados) dan cuenta de las huellas que deja esto en los niños cuando son abandonados al cuidado de la tecnología. Es la familia la que debe rodear al niño con lenguaje, con palabras y con miradas. La que debe brindar ese andamiaje necesario para que ese proceso de adquisición/apropiación del lenguaje sea posible. Alguien que ocupe esa función materna, que interprete el llanto de ese bebé, que le dé sentido a esos primeros gritos y balbuceo, alguien que nombre al mundo que lo rodea y que vaya poniendo la palabra como mediadora. Ninguna pantalla puede realizar este noble y amoroso trabajo. Y con esto quiero decir que el problema no radica en la tecnología, sino en la ausencia de adultos que esta generación de niños está viviendo.

Los niños comienzan a hablar gracias a que, desde un comienzo, “fueron hablados” por quienes creían en su potencial a futuro. Logran apropiarse del lenguaje solo si hubo alguien que creyó en su posibilidad para poder hacerlo y se anticipó a ofrecerles recursos y oportunidades. Solo hay qué decir cuando alguien nos escucha. Todo niño necesita que su figura de apego comience por donarle capacidad de confianza en sí mismo, para luego ser capaz de afrontar nuevos desafíos y construir confianza en otros. No se puede entender al lenguaje fuera de una situación dialógica entre sujetos.

Bajtim ya nos decía: ”todo enunciado es un eslabón en la cadena de otros enunciados. Todo enunciado se construye en vista a la respuesta. Todo enunciado es destinado a alguien”.

Nuestra querida Juana Levin nos legó mucho, entre tanto que lenguaje surge en relación con otro que demanda verbalización- producción simbólica- como ofrenda de su donación de palabras amorosas. “EL LENGUAJE ES CON OTRO, PARA OTRO Y POR OTRO” solicitante, quien induce a hablar. 

Desde lo terapéutico propongo que trabajemos apostando a un abordaje subjetivante, dónde no debemos perder de vista al niño, a su familia, a su entorno tanto social como así también el institucional, a la problemática e historia que lo rodea. Hay que seguir confiando al tratamiento en conjunto, alivianando el enfoque que solo apunte al niño como único causante de la dificultad. Desrresponzabilizemoslos!!! Y comencemos a mirarlos como lo que realmente son: niños que en algunos casos sufren los escenarios que los adultos les propiciamos sin poder hacernos cargo. Y con esto no quisiera marcar que no haya un diagnóstico, debe haberlo porque es útil, pero un diagnóstico y un tratamiento para cada niño en particular, contextualizado, respetado, flexible y diacrónico. Los conocidos diagnósticos instantáneos, llamados “express” fáciles y rápidos que patologizan a los niños. Esto es diferente del diagnóstico temprano, el cual es muy importante ya que permite al niño el acceso a un tratamiento oportuno según sus necesidades.  Hoy en día, están en pleno auge y surgen cada vez más enfermedades sobre la infancia, y en realidad, muchas veces tienen que ver con circunstancias de la vida misma por las que atraviesa un niño y su familia. No se tolera el sufrimiento, ni siquiera el causado por un duelo. Necesitamos pornerle un nombre y buscarle una pastillita que lo cure mágicamente, cuando lo que realmente se necesita es transitar el duelo, estar triste y acompañar al niño. Se piensa que el niño es el “enfermo”, cuando no se tiene en cuenta el contexto del mismo. 

Hablamos de PATOLOGIZACIÓN cuando los problemas cotidianos de los chicos y jóvenes de hoy son considerados como producto de una entidad clínica, niños pasan a ser “trastornos” y portadores de un “déficit” sin pensar en las múltiples causas que determinan su sintomatología. Esto lleva muchas veces a la necesidad de ubicar lo que ocurre en una especie de casillero fijo que marcan a manera de un rotulo el desarrollo y la estructuración subjetiva del niño. 

Es real que existen dificultades en los niños, sin embargo, muchas de estas etiquetas, y tantas más, son los niños de toda la vida. Los niños entre los tres y los cinco años lo quieren todo porque viven en el principio del placer, les cuesta el principio de realidad, se oponen a los padres, les cuesta ser obedientes. 

No hacen falta estas etiquetas diagnósticas ya que obstaculizan un tratamiento posible. Pensemos en qué infancia estamos construyendo. Los niños no están enfermos sino que, lo que está distorsionado, es la mirada de la sociedad hacia ellos. Así, estas etiquetas definen como permanentes y determinadas por lo biológico dificultades que suelen ser transitorias si se los escucha y se los acompaña. 

Todas estas problemáticas pasan a engrosar la lista de cuadros psiquiátricos que solamente las describen y no profundizan en todos los determinantes del niño, la familia y el contexto actual que favorecen su aparición. Es por eso que a este tipo de clasificaciones se las considera “rótulos” o “etiquetas”, no verdaderos diagnósticos.  No hay que olvidar el auge de patologización de la infancia que caracteriza nuestra sociedad actual.   

Para finalizar quiero destacar que el diagnóstico debe ser una buena oportunidad de intervención y no una marca personal que pese sobre el sujeto, cual rasgo. Por eso apostemos y brindemos intervenciones alternativas, pensadas para cada niño y su familia, para cada institución por la que estos infantes transitan. Evitando patologizarlos o lo que es peor aún buscar la solución mágica en una pastillita.

Colegio de Fonoaudiologos de Rosario