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¿Donar o privar? La palabra y la escucha como ofrenda amorosa y sus efectos en la Clínica con niños/as con perturbaciones graves de la subjetividad/lenguaje. Reescribiendo nuevas historias para propiciar otro devenir posible…

Actualmente nos encontramos, con mayor frecuencia, con niños/as que presentan problemáticas que se dan a ver en el armado del cuerpo-lenguaje-juego y cuya emergencia se produce precozmente. El agravante es que, muchos de ellos/ellas, llegan ya diagnosticados con siglas del DSM (manual estadístico de las enfermedades mentales), que los nominan despojándolos de su nombre propio con efectos que atentan contra el proceso de humanización del niño/a. Por lo contrario, la propuesta es detectar oportunamente para intervenir de un modo subjetivante, sin hacer del diagnóstico un destino con consecuencias invalidantes en la vida del niño/a y su familia.

Quienes trabajamos en tiempos de infancia sabemos que es tiempo de constitución de un sujeto de deseo, y es tiempo de conquistas: del propio cuerpo, del lenguaje, del juego, del lazo al otro. Para ello será necesario el encuentro del cachorro humano con otro que lo desee aún antes de nacer -lo ilusione, lo piense, lo espere, le hable y lo nombre- y, cuando nazca, lo reconozca como criatura suya y, haciéndolo digno de amor, lo aloje y le ofrezca cuidados amorosos que le propicien advenir sujeto sujetado al lenguaje, ingresando a la cultura.

De la relación fundamental asimétrica con sus otros primordiales, encarnados en la función materna y paterna, el niño/a constituirá su subjetividad: el organismo se transformará en cuerpo erógeno, se apropiará de la lengua en la que fue alojado y construirá el lenguaje en un largo proceso sujeto a transformaciones que tienen por núcleo la situación dialógica inicial.

El otro materno, en un juego libidinal con su hijo/a, le ofrece la palabra y le demanda actos de habla en un espacio íntimo, donde favorece y propicia el interés por el lenguaje. Supone en su bebé un sujeto hablante/escuchante; por lo tanto hace de las primeras emisiones, como el grito o el llanto, un llamado- “un decir”- a ella. A su vez, le da un sentido a las mismas y, mientras realiza las acciones necesarias para ofrecerle una experiencia de satisfacción, le dona un lenguaje libidinizado, con una voz cautivante y erogeneizante.

Asimismo, va instalando un tiempo de espera necesario para armar un lugar que posibilite que allí haya otro que responda en ese encuentro placentero. Entonces, el pequeño/a “hablará” como puede –ruidos, sonidos, movimientos, miradas- para y desde la escucha del otro materno. Pronto esa sonoridad será llenada de formas y sentidos de la lengua en uso por su entorno significativo.

El niño/a conquistará la palabra y la hará propia cuando puede reconocerse como uno y único separado de la madre. La llegada a este puerto tan importante en el proceso de construcción del lenguaje, requiere la entrada de la terceridad, de la ley, vinculado a un deseo que vaya más allá del hijo/a y, en consecuencia, una distancia entre el niño/a y la madre, condición para que surja el deseo de ser hablante único, diferente de otro.

El pequeño/a irá produciendo los sonidos pertenecientes a su lengua materna, los componentes fonemáticos, fonológicos, morfológicos, sintácticos y pragmáticos, en un largo proceso. Mientras este largo proceso de construcción se sigue instalando, el niño/a se lanza a otros logros que le permiten la conquista del juego, de los trazos, el espacio, el tiempo y los aprendizajes, teniéndolo a él/ella como protagonista. Sale de la exclusividad de sus Otros primordiales, para integrarse al grupo familiar ampliado y comienza a circular por su comunidad ingresando a la escuela, para ir al encuentro con el otro par semejante, espejándose en él y recortándose como diferente.

Toda esta compleja construcción debería darse en todos los niños/as, con sus singularidades. Sin embargo, en la clínica nos encontramos con niños/as sanos, sin patología orgánica comprobable, cuya relación al cuerpo, al lenguaje, al juego y al lazo con el otro nos orienta en torno a los avatares en la subjetivación. A la Clínica del lenguaje llegan niños/as con obstáculos en su construcción, que se encuentran previos a enunciarse como yo, sin un decir desde un lugar propio.

Se llama perturbaciones de subjetividad/lenguaje a esas construcciones donde lo que se compromete es el lazo con el otro, obstaculizándose el encuentro participativo dialógico entre dos escuchas-hablantes, presentándose como: niños/as que no hablan; que hablan poco o casi nada; que hablan de manera ininteligible y generalmente es comprendido por la madre o quien

ocupe ese lugar; que hablan en neutro, tal como los dibujitos; que al no poder nombrarse como yo realizan reproducciones sonoras de otros o hablan en segunda o tercera persona tal cual se dirigen a ellos.

De acuerdo con la concepción de niño y de lenguaje que cada Terapeuta sostenga, es desde donde va a pensar su clínica y le va a imprimir un estilo. Por lo tanto, la teoría que sostiene el posicionamiento clínico, que da lugar a los abordajes e intervenciones en la Clínica del lenguaje con niños/as, no es ingenua, ya que es condición para que un niño/a se posicione como sujeto activo del lenguaje.

Se propone una clínica que pueda pensarse en términos de complejidad, dejando de lado todo intento de simplificación. Una clínica no anónima ni genérica, sino que aloje en nombre propio a cada niño o niña que llegue a la consulta y lo acompañe a transitar el tiempo de infancia. Con una ética que apuesta y anticipa un sujeto hablante/escuchante en cada producción del niño/a, aún allí donde otros ven una función afectada a reeducar.

Se busca instalar y sostener la situación día-lógica (a través del habla) y dialógica (entre hablantes), con una gran apuesta a favorecer el surgimiento de un sujeto niño hablante-escuchante con deseo de palabra propia. Para ello se dona palabras y escucha, momentos de hablar y momentos de callar escuchando y, a su vez, demandando en espera, convencidos de que cuando esta se instala pone al niño/a en posición de tener que dar una respuesta (con ruidos, sonidos, palabras, miradas, gestos). De este modo, se propicia el despliegue del lenguaje por identificación con otro significativo -el Terapeuta- que le entrega la lengua, le demanda verbalización –con reglas y normativas de lenguaje- y promueve la interacción.

La clínica nos interpela a pensar las infancias asumiendo el compromiso de su cuidado. Por lo tanto, a no arrasarlos a través de implementación de protocolos, cuestionarios, test, que ordenan y clasifican comportamientos y síntomas lingüísticos, y a su vez, adjudican una etiqueta diagnóstica patologizante como sentencia. Estableciendo luego programas reeducativos para cada nomenclador, con iguales métodos y estrategias, que borran la singularidad del niño/a.

Tenemos la oportunidad de escribir otra historia, de trocar el destino de cada niño/a si en lugar de centrar la mirada en sus dificultades apostamos a sus posibilidades. En lugar de privar y volvernos técnicos, donde el niño/a es objeto de observación e implementación de un modelo reeducativo, hagamos de la clínica un espacio de relación privilegiada con cada niño/a, de baños de ternura al donar mirada, toques, palabra, escucha, tiempo, como ofrenda de amor. Así, establecer condiciones de posibilidad, a través de intervenciones que alojen y, a su vez, dejen un lugar vacío para que sea el niño/a quien nos sorprenda con su decir/hacer.

Colegio de Fonoaudiologos de Rosario